Levanté la mirada y estabas ahí,
como siempre, esperand mi llanto,t
endiendome tu mano firme,
limpia como tu ropa o tu corazón...
Me abrazaste sin palabras, sin reproches;
me amaste sin juzgar y sin hablar...
me sentí tuyo por unos instantes,
me sentí grande y fuerte y acompañado...
pero llegó el momento de volver a casa;
y la soledad sin vacilar me atacó;
me lanzó al fondo de este abismo
colmado de visiones obscenas, orgiásticas, solitarias;
bajo el peso de la fe y el morbo de un pueblo ensombrecido.
¿Por qué no arrojaste la primera piedra?...
mi sangre hubiese resbalado melancólica por tu piel impermeable..
Ahora miro mis manos,
sucias como la tierra misma
a la luz de esta noche clara,
me llama la muerte en el canto de los grillos
me llama con su aliento frío...
y en medio de alucinaciones mórbidas
extiendes tu mano de nuevo...
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