Dices adiós como decir melancolía,
como decir que el recuerdo es vida
y el olvido la voluptuosa rendición.
Me dices adiós,
y en tu adiós resuena un eco imperecedero
que me perseguirá todos los días
hasta que tu voz embote mi memoria
y tus cenizas se me endurezcan en la piel.
Dices adiós como condenándome
a hacer el juramento de no esperarte,
de no desearte,
aunque todo lo demás me obligue a hacerlo:
las promesas viejas que ya encuentras imposibles,
las palabras, que escritas, reclaman su parte...
las canciones que se me antojaron nuestras.
Dices adiós como abrazar la resignación,
como estrechar un destino que crees tuyo,
tan tuyo como yo quise ser,
tan tuyo como la crucifixión es mía.
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