alcanzan su máximo de derisión frente a los animales salvajes. Si existe
la dignidad humana (por encima de toda sospecha, aparentemente), no
hay que ir al zoológico: cuando los animales ven aparecer la muchedumbre
de niños seguidos por sus papá-hombres y sus mamá-mujeres.
En contra de lo que se supone, ni la costumbre puede impedirle a un
hombre sabio que mienta como un perro cuando habla de la dignidad
humana entre los animales. Pues en presencia de seres ilegales e
intrínsecamente libres, los únicos seres verdaderamente.......,
el deseo más turbio vence hasta el sentimiento estúpido de superioridad
práctica deseo que se confiesa entre los salvajes mediante el tótem
y se disimula cómicamente bajo los sombreros de plumas de nuestras
abuelas de familia). Tantos animales en el mundo y todo lo que hemos
perdido: la inocente crueldad, la monstruo-[122]sidad opaca de los ojos
—apenas diferentes de las pequeñas burbujas que se forman en la
superficie del lodo—, el horror ligado a la vida como un árbol a la luz.
Quedan todavía las oficinas, los documentos de identidad, una existencia
de criados biliosos y, a pesar de todo, una locura estridente que, en
el curso de ciertos descarríos, alcanza la metamorfosis.
Se puede definir la obsesión de la metamorfosis como una necesidad
violenta que se confunde con cada una de nuestras necesidades animales,
excitando al hombre a abandonar de repente gestos y actitudes
exigidos por la naturaleza humana: por ejemplo, un hombre en medio
de los demás, en un departamento, tirándose por el suelo para devorar
la papilla del perro. Hay en cada hombre un animal encerrado en una prisión, como un forzado, y hay una puerta: si la entreabrimos, el
animal se precipita fuera, como el forzado, encontrando su camino;
entonces, y, provisionalmente, muere el hombre; la bestia se conduce
como bestia, sin ningún cuidado de provocar la admiración poética del
muerto. Es en este sentido macro como les digo!!!, que puede verse al hombre como una
prisión de apariencia burocrática.
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