La espera me hacía temblar, temblar por recordar, por el simple hecho de saberte llegar.
Sentado en una esquina, vislumbrando el horizonte, dónde nos deberíamos de encontrar.
En esta noche, que no quisiera (como tantas otras) que tuviera un final.
Vislumbrando su llegada, te vi pasar, te sentí al llegar. Antes de lo que sería una entrada triunfal.
Las fuerzas se sintieron, me tomaste, tan fuerte que no me dejaste caer, a pesar del dolor y el agotamiento que mi ser tenía a más no poder. Esta noche me pediste estar ahí, recordaste aquellas lunas pasadas como yo también, pero por ti es que salí, por un juramento, firmado ya con sangre, con dolor y pasión.
Los rayos iluminaban la noche con un viento acariciante y mientras la misma luz de ellos se escondía entre las nubes, grises dentro de un cielo negro, alcancé a soltar mi mano, para extenderla hacia ti.
Unidos por una magia, que nos tiene juntos, más allá de lo que se ve, más no de lo que se siente.
Una magia irradiada por tu toque, abrumador y escalofriante, con un miedo cegante… el mismo miedo, aquel el de siempre. Una magia que me hiciste ver al recordar el pasar del tiempo, al tenerte junto a mi, al saberte conmigo, con esas fuerzas y coraje que tenemos albergados por tanto dolor, más no compasión.
Más era tanta la luz de ella, que cuando giré la vista al buscarte, no te encontré, sabiéndote allá, conmigo, sin yo estar aquí, donde quizás no debo más de permanecer o no estar, oculta en la oscuridad, dónde me has sabido siempre encontrar.
Escribir… a veces sin sentido. El por qué… aún no lo sé. Quizás sea por mi, que bien te lo he dicho ya, va por ti.
Como bien claro lo tengo.
El que te amaré, porque no me rendiré, ni ante unas lágrimas, ni mucho menos ante una guerra, en la que luchamos los dos; por obtener lo que quizá nunca sepamos en realidad para quien es. Aunque sea para nosotros dos.
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