
El día ha amanecido gris y el cielo está completamente lleno de nubes, que se han confabulado para no dejar pasar a ese sol tan ansiado por las personas, que nos hemos atrevido a acercarnos a la playa.
No me he atrevido a quitarme el poleron, ya que me protege de este viento que no sé si será gregal , pero que precisamente no acaricia la piel.
De todas formas, es delicioso oir el rumor de las olas del mar que rompen a escasos metros de donde estoy sentado con mi toalla, y ver a mi izquierda, como se recortan las casas de ese bello pueblo marinero, lleno de encanto..
Y es que el mar es una constante en mi vida. Creo que no podría vivir lejos de él. Es extender la vista y ver que puedes avanzar con ella hasta un horizonte muy lejano cada ves que rompo con mis brazos como un pez con su aleta, cada ola hasta llegar muy adentro sumergir y sentir la oscuridad del fondo del mar en donde no hay mas paz que esa.
Los pinos de Iloca, también a mi derecha, tienen hoy un verde más oscuro y allá a lo lejos, navegan dos veleros, que parecen deslizarse a un ritmo lento, muy lento.
Dejo de escribir para oir el rumor de las olas y verlas cómo se acercan. Esa fuerza del mar que hoy se ha vuelto calmo. Ese baile acompasado que va dejando encaje blanco en la orilla y el dorado de la arena sobre la que reposan mis pies.
No deseo que pase el tiempo cuando estoy hay. Necesito y gozo esta tranquilidad.
El mar...
La mar...
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