Con frecuencia me sorprende la actitud con la que muchas personas asisten a un curso o seminario, o se enfrentan a la lectura de un libro. Sus pretensiones no son más que descubrir ese “truco” que hará que su vida cambie y se transforme positivamente para siempre. En realidad han asistido a ese curso o comprado ese libro esperando que se produzca ese “milagro”. Y por supuesto, cuando termina por no suceder, comienzan a echar la culpa de su falta de resultados a que el autor no supo transmitirle esas claves que le iban a llevar a lograr increíbles resultados.
Siempre me ha fascinado ese interés que tenemos los seres humanos por encontrar el camino más fácil y rápido hacia algo. Y no quiero ser mal interpretado con esto porque yo soy el primer defensor de la idea de que siempre hemos de tratar de hacer las cosas mejor, mas efectivamente. Y si es posible además de una manera más fácil y sencilla, pues mejor que mejor.
Pero aquí me estoy refiriendo a aquellos que pretenden conseguir grandes resultados fruto de una varita mágica. Aquellos que constantemente aplican la ley del mínimo esfuerzo. Que quieren mucho dando poco. Que solo están buscando un “truco” que les saque las castañas del fuego.
A todas estas personas habría que decirles lo siguiente bien alto y claro:
El “truco” se llama trabajo duro.
El “truco” se llama constancia.
El “truco” se llama sacrificio.
El “truco” se llama esfuerzo.
El “truco” se llama dar el 110% cada día.
Ya sé que esto no está de moda últimamente, pero eso es lo que hay que estar dispuesto a escuchar. Cuando uno lee un buen libro o asiste a una buena conferencia, y recibe buenos consejos, lo que finalmente marca la diferencia es ponerlos en práctica. Tomar acción. Estar dispuesto a poner en juego el sacrificio del esfuerzo.
Y luego, igual que le sucede al agricultor que pone cada día todo su esfuerzo en el campo, ya veremos cómo se da la cosecha…
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