¿cómo nos miras con pasión tan ciega?
Me maravillo al contemplar tus llamas
arrojar chorros de energía magnética.
Te doy las gracias por la luz que donas
sin aguardar ni honor, ni recompensas.
Tu helio impasible seguirá alumbrando,
cuando de hombres haya nulas huellas.
Te doy las gracias porque no nos dañas,
pese al poder que explotas y despliegas.
De tu alta hoguera somos vil escombro.
Nuestra existencia nos la dio tu fuerza.
Te doy las gracias por el día y la noche
en peonza océanica de nombre Tierra,
al son de tu hondo palpitar de magma.
Porque sin ti sólo hay materia muerta.
Fuiste gran padre en tu ideal distancia,
caldeando aguas donde antiguas células
fueron uniéndose hasta ser mil cuerpos,
mil ojos, bocas devorando hambrientas.
Millones de almas que un lunar satélite
moldeó a la orilla en su vaivén: Mareas
donde no había más que astuto instinto
reproduciendo injusto horror, sin ética.
Somos de aquella egolatría el producto:
Vida que mata y que aún se cree buena.
Nuestra moral, ¿de qué nos sirve? Somos
burdo tumor que invoca excusa médica.
Nos destruimos, arruinando un mundo,
y aún pretendemos conquistar estrellas,
de todo el Cosmos nos sentimos dueños.
Necia ambición e infame desvergüenza.
Por tanto, Sol, si originaste al Hombre,
¿quizá eres fuente de su cruel soberbia?
Miro entre hollines tu amarilla aureola.
No hay selvas ya, sólo humeante arena.
El bien y el mal, son pira informe en ti,
ciclópeo horno de ignorancia y ciencia.
Dentro de ti, en tu rugiente hidrógeno,
arde el misterio y arden las respuestas.
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