interacción que ambos realizan, esta en que ambos componentes que la hacen posible y que se funden cual amantes.
La huella de la belleza, esplendor de la verdad, nos enaltece y conmueve. Es una especie de vitamina que nos hace crecer por dentro. El mismo Platón ya considera el encuentro con la belleza como esa sacudida emotiva y saludable que permite al hombre salir de sí mismo, lo «entusiasma» atrayéndolo hacia otro distinto de él, lo arranca del acomodamiento cotidiano. Quizás, por ello, los verdaderos labradores de gracias esplendorosas, estén siempre en conflicto contra poderes constituyentes o constituidos, al no promover justicias y solidaridades, libertades e igualdades. No se casan con nadie. Ni se venden al mejor postor. Es la diferencia con los otros , que lo único que generan son sucedáneos. De ahí que, entiendo, será saludable para un país el fomento de expresiones culturales de calidad, cultivadas en un marco de independencia y pluralismo, porque un pueblo que no lleva la belleza dentro del alma no la encontrará en ninguna parte, y será como un barco a la deriva.
Es bien conocida la famosa pregunta de algun pensador: «¿Nos salvará la Belleza?». Por experiencia propia debo ratificar que nos salva de la tristeza, del desencanto, de la infelicidad. Con razón, se comenta en todos los patios de vecinos, desde siempre, que el mejor cosmético para la belleza es la felicidad. Sin duda alguna, un pueblo radiante es siempre más tolerante que otro que no se cultiva en la beldad, factor que ayuda a la cohesión y a la coherencia de pareceres, en favor de un mundo más habitable, protegiendo ese gran mural que es la naturaleza, a la que no le pega para nada la altísima contaminación acústica que generamos actualmente ejemplificando el gran Santiago. Olvidamos, a veces, que la naturaleza nos regala todos los días la más nívea de las perfecciones, la composición musical más etérea, atmósfera esencial para nuestra vida, una lluvia que hace brotar cuerpos y campos, el aire limpio o un alba que nos despierta a la poesía.
Quizás el lector se pregunte, como yo mismo, ¿dónde hallar la belleza hoy? No es nada fácil en un mundo de mentiras, que ha roto el amor a lo bello, que es tanto como decir el encanto de vivir. A lo mejor tendríamos que mirar más al cielo y menos a la tierra, descubrir el artista que todos llevamos dentro, ser transparentes y dejar que la luz nos impregne de versos. Se precisa volver a reencontrarse con la bondad de un universo armónico, y globalizarnos en la ética, para retomar un equilibrio de vida sana. El contacto con la naturaleza, sobre todo aquella que no ha pisado todavía el hombre, es de por sí profundamente regeneradora, nos lega serenidad y asombro, existencia y asistencia, energía y vigor.
A todas luces, la belleza, es el lenguaje de la esperanza en Chile, el que nos salva y nos trasciende, el que nos ayuda a vivir, el que nos pone en movimiento y en disposición de amar y conocernos. Frente a tantas mediocridades y barnices que nos deslucen la tierra, por falta de educación ambiental a todos los niveles y edades, se necesitan hacedores capaces de revivirnos la epopeya de luces que embellecen el universo. Los instantes que captan los artistas nos muestran la belleza que no debemos destruir, para no caer en la enajenación, de borrar los encantos y magias de rincones y entornos, pletóricos de paz, donde vivir nos hermana y nos armoniza. Requerimos, con urgencia, esa salud para Chile y el mundo.
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